jueves, 12 de junio de 2008

La casa de Magdalena...1a parte

Las tardes lluviosas me toman entre sus brazos y mecen mis memorias al lugar donde tomé conciencia de mi ser y mi estar en este mundo; la casa de Magdalena... ubicada en una privada en el corazón de la Del Valle, y mi hogar se enclavaba oculto justo al final de muros color malva y vericuetos de ladrillo rojo, la pequeña reja de metal negro dividía mi universo entero del mundo exterior, era desde esta entrada que se tenía la perspectiva de la casa hasta el final del camino de cemento adornado por una larga jardinera con un verdor fresco; entre alcatraces, rosales, hortensias y plantas con hojas verdes tan grandes que usaba de paraguas en las incipientes lluvias de verano. La hiedra que vestía los muros y se extendia hasta el final donde se encontraba la escalera para subir al cuarto que se encontraba aparte del resto de la casa y por donde se apreciaba el jardín de casa de Gerardo(nuestro vecino del cual yo jamas supe el apellido) con su frondosa jacaranda en el centro.

Recuerdo los macetones de azaleas en flor a la entrada de este corredor que llegaba hasta el triangulo de pasto que apretó las raíces de aquel árbol de durazno y que con el tiempo cedió cuando un mal día se fue muriendo el árbol. El tronco lo conservamos durante años recargado en un pilar junto a la puerta como un enjutado guardián que rememora sus días de gloria...

En esas añejas tardes de lluvia, el aire levantaba el aroma de tierra limpia y acharolaba el piso en pequeños charcos donde me entusiasmaba saltar con tennis y salpicar, mientras en casa se ofrecía el café de "Las Jueves" y el murmullo de carcajadas ondulaba en el aire con el aroma del café recién hecho y los soufflés de queso en el horno.

Al entrar a casa se sentía una tibieza acogedora, el tragaluz de las escaleras soleaba la estancia y hacía brillar el barandal de hierro pintado de blanco, compensando la penumbra de la sala y comedor que se producía después de media tarde. Había una ventana de la salita la cual jamás fue abierta, recuerdo que a veces me recostaba en el pequeño sillon provenzal tapizado de paisajes en verde olivo y veía hacia la puerta de metal con cristales pasar la tarde reflejando el paraíso en la mesa de centro era redonda de madera obscura macisa, abarcaba casi todo el espacio y sobre ella se exhibía la colección de ceniceros de todo tipo, rodeando la gigantezca copa de cristal en el centro rellena con la colección de cerillos, había de todas partes del mundo y de todo tipo, recuerdo que hurté unos cerillos muy elegantes guardados en una cajita negra y los cerillos presumían de cabeza dorada y brillante, parecían varitas mágicas y yo los fui quemando poco a poco durante meses hasta que fui descubierta.

Al subir las escaleras estaba el pequeño hall que alguna vez fue costurero en donde una singer dio vida a un sinúmero de prendas y adornos, al correr de los años y entre las modificaciones de la decoración el costurero pasó a ser un pequeño recoveco para hablar por teléfono; la mesita de madera de pino fue indumentada con una gran carpeta azul plúmbago con delgados ribetes dorados en las orillas y una cuerda oculta en el dobladillo extendía la carpeta como una crinolina y la sillita de metal verdoso con destellos dorados y un cojín de terciopelo color ciruela complementaba con gracia el conjunto, donde mis hermanas y yo invertimos muchas horas en llamadas telefónicas en donde en mucho se decidió el destino que seguiría cada una de nosotras...

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